El corazón de la muchacha se sale de su cuerpo antes de que suene el primer golpe de tambor. Baila para su Amo, aquel al que ha entregado todo su cuerpo y toda su vida, renunciando hasta el fin de sus días a sus derechos, sus privilegios, sus caprichos, sus impulsos que hastas ahora le llevaban a decir 'esto no me gusta', 'esto no lo hago' esto lo dejo para otro día que tenga más ganas' y el habitual -e insolente- '¿quién te has creido que soy?'. Baila para otros Libres tan sabedores de su posición dominante en el mundo al que le han traido como su propio Amo. Baila para Mujeres que bajo el último de sus velos de encubirmiento notarán -si lo hace bien y asi lo quieren los RRSS- humedades turbadoras entre una respiracion agitada.. siempre ocultas, siempre en el incierto filo entre la obediencia sumisa a los Libres y el poder despótico sobre las kajiras.
La kajira baila, baila y baila ardiendo en deseos de complacer, en los momentos de éxtasis le gustaría pedir perdón y admitir las disciplinas que se considerasen convenientes por arrastrar con sus movimientos a una banda de músicos ya que ¿quién es una kajira para ni siquiera insinuar a nadie que haga algo? Y ella allí está, arrastrando tras de sí los acordes en la atmósfera. Le gustaría ser perdonada por ser tan insultantemente bella, por atraer a su cuerpo ojos que no son los de su Amo, los únicos que de verdad y para siempre tienen poder sobre ella, pedír perdón por no ser perfecta en cada uno de sus movimientos.
Acaba la danza, acaba el flujo de sus pensamientos de rodillas, sus piernas entreabiertas, muñecas cruzadas en la espalda y cara dirigida al suelo. Un imperceptible y jadeante: "esta esclava desea haberle complacido, Amo, Dueño y Señor de mi vida."
(Este cuento es un regalo del Libre Zarender, Señor de Gor)