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Me acostumbré a tu piel,
al calor de tus uñas
arañando súplicas.
Mi cuerpo, húmeda verdad,
se deshizo en rostros de Medusa.
No me mires a los ojos aún,
sabes que el suelo es quien mejor
acoge tus besos
mientras esperas la palabra
que te lleva dentro
en este juego de alquimias.
Tu entrega es mía
hasta que ya casi no se distingue
la mano de la correa que guía
la orden de la obediencia,
el deseo de la necesidad
y quedamos, sin remedio,
aterecidos en un pronombre posesivo.
Me acostumbré a tu piel,
al calor de tus uñas
arañando súplicas.
Mi cuerpo, húmeda verdad,
se deshizo en rostros de Medusa.
No me mires a los ojos aún,
sabes que el suelo es quien mejor
acoge tus besos
mientras esperas la palabra
que te lleva dentro
en este juego de alquimias.
Tu entrega es mía
hasta que ya casi no se distingue
la mano de la correa que guía,
la orden de la obediencia,
el deseo de la necesidad
y quedamos, sin remedio,
aterecidos en un pronombre posesivo.
(Pura Salceda)